Ya no hay cura para la herrumbre. Ha caído el espejo.
Es irrevocable. El puente no existe. La herida continúa.
Siempre hurgamos entre libracos, ese azul, el azul del sofoco;
las piedras, fábulas perdidas, olas que vagan en medio del mar.
─Nada es póstumo, salvo el polvo y sus dolencias.
¿Acaso la gangrena sirve de temple para los dinteles?
(Ya no sé en qué creer, si en el arcoíris talado por el caos
o en el páramo deshilado por las lágrimas.)
En la cripta, aún se guardan retortijones,
dudas, paradojas, sombras, arrugas.
Hay tiempos amargos, canículas, lesiones sin reparo;
ya es tiempo de aceptar lo que nos merecemos
y dejar a que el viento diga lo que calla el silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario