A través del invierno y entre las rocas del
mundo,
vos, desnuda, casi niebla, sin conocer el ósculo.
Frente a mí, la ceguera y los ángeles
muertos,
las begonias junto a los dinteles, quimeras
profanas.
Nada apetece cuando el triángulo juega al
patíbulo.
(Es
casi imposible acceder al ombligo, a las entrañas de una peña;
y por supuesto, es absurdo penetrar el laberinto sin espátula.)
La lluvia ha perdido sus sentidos, el
malestar es agudo,
aprieta con abrazo brutal y esculpe una fosa
en mis mejillas.
Ya no hay nada que hacer para las nubes,
sufren de incontinencia;
y por si fuera poco, hacen del vapor un látigo,
horca de rocío.
Pido al arca del respiro, que detenga el
doblez de los metales
y aumente el canto de
los pájaros. Hoy solo surco eclipses,
pero pronto, sé que
vos amor, cortarás la hiedra de mis pilares.
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