Tiempo de lámparas sin luz. Piel de metal.
Te atreves a mirarme, mientras sostengo la
linterna de musgo.
Cae el crepúsculo, así como la espuma de los
trenes;
mi navío se detuvo, al igual que aquel faro bajo
la niebla.
Ante todo, invoco a las gotas espías, invoco
al guijarro,
me pregunto si eres tan real como mi pronta
vejez;
incluso, a veces, rechazo tu aliento de
arrecife, tus escamas
y los signos que arrastras en cada pezón. Me
permites.
Todavía creo en el niño, en esos juguetes de
ungüento,
en esas olas que cubren cada sombra de mis
pocillos.
Si acaso tus cabellos hablan mi idioma, diles
que agonizo
y resbalo a cada momento con un candelabro a
ciegas.
Así pues, escoge entre mis ojos y los andamios
de mi sien,
de igual modo como escogiste ser el mar. Allí,
cerca de mí,
vos convencida de que la marejada, un estertor
inconcluso.
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