De niño,
me gustaba ver el péndulo de aquel pájaro,
parecía un reloj antiguo que medía la
alegría;
eran tan vivos sus colores como el arcoíris
y su casa un túnel en donde existía la
unidad.
Ahora, las rutas verdes se han tornado
oscuras
y solo escucho ese canto de ermitaño del sur.
¡Dan ganas de llorar! Mas mi llanto…
también se extingue junto a su voz.
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