Si todavía tocas sus cabellos de porcelana.
Si aún comprendes el frío en sus cráteres.
Si todavía interpretas el silencio de sus palabras.
Si aún escuchas cuando palpita sobre las olas.
Si todavía atisbas los grillos que le cortejan.
Si aún conservas la luminiscencia de sus pupilas.
Si todavía duermes con la ventana entreabierta.
Si aún sabes de la existencia de sus lentejuelas.
Si todavía descifras lo que expresa su lado oscuro.
(Es porque incluso siendo niño, sabes apreciar
y guardar los rastros que deja su sensible destellar.)
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