Habrán tres días de sombras ─dicen─.
A veces uno olvida la geografía de la sangre,
las fotos que chorrean con el vapor lento de las horas,
el hospital, la morgue, los días, encrucijada de telarañas,
espectros que nunca tuvieron turno para la negación.
Aquí, las coronas de granito y cenizas, caracoles,
himnos cantados bajo una obligación, como zombies,
como lechuzas llenando de hojarasca las sienes
e imitando a los trenes cuando perforan al viento.
No obstante, los maniquíes anuncian su última moda,
los murciélagos saludan e hipnotizan con su mirada de estulticia;
pero siempre es una pérdida de tiempo decir lo que nos duele,
decir lo que las palabras pespuntan tras el desuso inefable.
(¿Habrá muerto el abecedario junto a los pájaros?)
Heme allí, con un candelabro sin ojos, sin manecillas,
heme inmerso en las sombras de un fin irreparable.
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