De algún modo recogemos despojos de las sombras.
─Hay ruecas, estertores, trasiegos que el alma enconan.
Enormes aceras en donde cada mendigo esparce sus esposas.
Enormes claustros con rótulos de aviso de no entrar, perros bravos.
Heme aquí en la gruta de las brasas, con mis bolsillos llenos de tinta;
y en esta valija, las pruebas de que el asfalto es cosa de sepulcros.
Estoy tan arrugado como siempre, bruñidos mis ojos,
como ese horizonte equidistante a los suburbios, a tus muslos;
mas todavía no logro descifrar las alegorías, los candelabros,
los muñecos que sin duda alguna son la túnica del silencio.
Habrá que llamar a Aquiles o a Perseo, siempre y cuando estén,
siempre y cuando la plusvalía no les haya embargado el heroísmo.
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