En absoluto, no conozco ningún número de la
suerte,
ni tampoco hoja que nunca haya caído de un árbol;
hasta cierto punto, el llanto solo es un rumor
anticipado,
una ráfaga, un vestigio que se abre paso a
través del poro.
(Luego nos
juzgan por mojar el fuego, por hablar en silencio.)
Por eso no sienten el vértigo, esa agonía a
caballo,
ese pedazo de cieno viajando a la velocidad
del lamento;
nuestras fauces están hechas de vidrio, de
dolor nuestros ojos,
¿acaso no les basta con hacernos la vida un
juego de azar?
A propósito, ¿alguna vez has sentido el trallazo
en el alma?
Ni aún así, quizá nunca conozcas el final de
un crepúsculo,
pero ellos sí, lo sienten cuando se oculta entre la angustia.
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