Nunca recibí cartas que no vinieran con una cruz sin aliento.
En el armario, aún guardo los sobres de la angustia
y las estampillas con el grabado de un buitre asiduo a la sangre.
(El silencio no lo es todo; pero su voz, es un cuchillo de lágrimas.)
Desde otro lugar, la isla donde juega al verdugo el estupor y sus cabellos;
allí, sin mediar palabra, el filo de la ceniza imaginando un día lluvioso.
Nos llueven navajas en todas direcciones, no es un circo, ni un teatro,
es el tranvía donde anida la paranoia; aquí, no se aceptan bufones.
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