El laúd, su voz de musgo y grito vegetal;
su nostalgia, es peor que el lamento de la luz.
La gloria no se ve, ni en el cielo los pájaros,
ni en la tierra las plumas; montañas tañen con el hígado áureo
y caminan como zombi entre páramos e inviernos sin verdad.
No hay piedad en un puñado de brizna sin aliento,
salvo en el eco austero de la hélice de las algas
o en la espalda y la estación donde no existe colofón.
Habrá que enlatar el verde de la efigie. Solo, solo el rumor,
oscuros gritos de escombros entre niebla y silencio;
agonizo, a la espera de respuestas del Navío,
como vos, como usted, dejémonos de cortesías absurdas.
─Hay que propinar un poco de dolor a las navajas.
Sé que al igual que yo, ya no soportáis la borrasca de los muros.
(Quiero verte nacer, para que veas la lumbrera desde otro sitio;
quiero emigrarte al vacío y rellenarte de arcas y vergeles.)
En silencio, mi espada brilla sin fulgor, se ha roto el invierno.
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