Hubo un tiempo en que los mares eran tan verdes como el musgo
y los árboles eran tan purpúreos como el cuerpo de una aceituna.
Ahora amedrentan los páramos, el polvo, volátil lenguaje del entorno;
¿dónde guardarán su herida las caracolas; voz, dónde estarás?
Vomita la eterna hojarasca en los vagones atados al tranvía del cieno.
Frente a mí: lamentos, voces, gritos del duende perdido,
columpios del vértigo y el beso ritual de una nube que toca a mis pórticos.
He vuelto a escucharte, en neumáticos a punto de ser el alambique del día,
en los fósforos donde eyacula el fuego y la desgracia... te he contemplado.
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