La luz oscura se anuncia como
cuervo módico en los periódicos. De las telarañas se saca el mejor vino, los hombres levantan
sus manos y las mujeres las bajan con motivo de recibir el alba desnutrida bajo su puerta. La
gárgola llora y el cielo se oscurece, el viento pincela la ventana desvanecida del aliento. Sin
embargo, ¿llegará el día en que la sangre doble y repique dulcemente en lo alto de la
montaña donde los unicornios prestan su velocidad a las estrellas? Bajo las cenizas hay otro cielo:
dormido, sin relojes, sin veletas, sin noches inflamadas, sin estrellas amputadas, sin
nenúfares en la morgue, sin gaviotas o piedras. ¡Qué inmenso el aguijón del sueño!
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