Llora el viejo, parece que no llora,
pues cada arruga es una lágrima sin desagüe,
un estanque donde los pájaros beben
y se embriagan al absorber el éxtasis de sus escombros.
El viejo tenía vicios y esos vicios los heredó su hijo.
Tenía la mala costumbre de fumarse el arrebol,
mientras contaba historias a los conejos que por ahí
rondaban;
bebía sin parar, se emborrachaba, era un hombre poco común,
y todo lo lograba gracias al vino que emanaba de las rocas
sedentarias del horizonte.
Era un amante empedernido, mas nunca engañó a su esposa
querida.
Todos querían un poco del viejo, venían de Asia, de Roma,
venían de los más recóndito de la vieja España; mas el reloj
lo reclamaba más y más.
Ya nadie vino... solo vino la muerte ─quiso llevárselo─ y nada más le dijo: ─¡Sonríe!
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