El agua conduce la voz como un violín desafinado.
La garganta se escarcha, el ataúd camina por una vereda sin
luz;
llueve, llueve dentro de la botella, la botella de los
grises.
El reloj cubre de nieve el armario de las fotografías carcomidas,
hay flores dislocadas, aceras marchitas, rotas en el ojo.
En el tejado lloran y lloran y lloran las bolas de estambre.
Ya se acostumbra el viento a transitar entre la risa de los
espectros,
un colibrí lo anuncia y aunque agudo es su volar, lo sabe,
él lo sabe; digamos que no es cosa de decir si es o no es
real,
digamos que lo viven las piedras, digamos que lo cuenta el verano.
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