Cada vez que uno transita por la columna vertebral del
viento,
uno se llena el estómago de ciertos cementerios, de cielos y
arcanos,
de botellas con vino hecho de gritos e iniquidades jamás
disueltas en un vaso.
Uno conversa con el eco de los pájaros. (Quizá somos una
especie de pañuelo de sombras.)
Quizá guacalchías semejantes a un puñado de güistes tirados
al azar sobre una lágrima.
Tenemos un polo norte y un polo sur, en ambos casos ya costeamos
nuestro féretro.
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