Uno piensa en sí mismo, mas no en la hojarasca;
el viento y el párpado son amigos lejanos, no hay ruina sin
ojos,
solamente arañas buceadoras que buscan un espejo de polvo
entre el arrecife.
Todo sobresale en los vitrales, sobre todo la infamia y sus
féretros pintados de amarillo.
¿En qué diario nos leemos a nosotros mismos, jugando a ser
Víctor o Alexander?
Son solo nombres desvanecidos, nombres con una muleta de
sepulcro en cada sílaba.
Reímos. Sí, nos reímos de nosotros mismos cuando vemos polillas
en nuestra pierna,
sonreímos como Drácula riéndose de sí mismo frente a un
espejo mediocre.
Hay desiertos, sí, hay desiertos enormes en la pupila
escupida por los buitres;
pespuntamos paraguas preferentemente morados, los sembramos
como grandes orquídeas.
Al final, ellos purificarán la tierra, el lavatorio será un enorme
frasco sin garganta;
bajo la tierra, bajo nosotros, como una galaxia amorfa. ─A nadie se le dijo nada de esto.
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