Al fin, la mar se establece en las pupilas del ocaso,
nosotros señalamos con el dedo a toda gárgola
y derretimos los polos mientras dormimos entre el vértigo.
Indudablemente, la zarza es el arcoíris que habla y apuñala,
no era la bruma, ni tampoco la oscuridad oscura de la noche;
siempre fue, desde lo más profundo, la muda mirada que hoy me cincela.
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