Tengo tiempo de no atisbar al laberinto.
Las hojas requiebran el viento que inhóspito pregona
y destiñe las palabras lanzadas con asco al vacío.
La noche es una niña acostumbrada al patíbulo.
Dentro del espejo ella es una mujer vestida de blanco.
Todos critican lo negro que es su corazón labrado en las
sombras.
(Nadie conserva los rostros que ahí fingen sonreír.)
Incluso los ríos están hechos con sangre innavegable
y las piedras son músculos impalpables al reverso de la
página.
¿Quién dirá el arrullo cuando ella se convierte en
guillotina?
¿Cómo hará la luna para esconder su luz de los muertos?
Nadie sabe si ella vive o si ya es parte del itinerario de la locura.
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