las rocas parecían subliminales arcanos, espejos fundidos,
anhelados respiros provenientes del más pobre artefacto de los pobres.
Entonces, érase un afilado y despiadado día, sin luz, sin oscuridad,
sin sangre, sin aire, sin comida que valiera la pena digerir antes que el atisbe.
Mudos caminos se distinguen entre el gélido arcoíris de las ojeras.
Farallones y dinteles se acongojan al paso de la gota del oscuro paraíso.
Cada semana se repite el tañido amargo del silencio, los días pasan
y el calendario amarillamente transpira todo lo que traga al vaciar las botellas.
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