En aquella tarde de color cadavérico,
no era yo el que estaba esperando junto a ti;
yo no era, solo había hierba carmesí en torno a tu sofoco.
Luces apagadas, luciérnagas envejecidas por el paso de la
herrumbre,
serpientes con colas monetarias y lenguas con mares muertos,
eran todo lo que adornaba la culpa y la pesadumbre del viejo
amate.
Las moscas eran la única compañía mientras tu vida pasaba,
los perros escribían en tu aliento todo lo que escuchaban
y los cuervos seguían murmurando al sobrevolar con ansias el tejado.
Todos mis juegos, todas mis desobediencias,
fueron fermento en aquel barril donde tú guardabas todo.
Sabes, la polilla aunque sigue aquí, hoy acaba con lo que con esfuerzo obtuviste.
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