¿Escuchas la nota recíproca de mis cuerdas pétreas?, ¿escuchas cómo mi guitarra solloza en su sonido estridente?, ¿escuchas la sonata de muerte que de sus labios góticos brota?; se tiñe y se maquilla el Sol en la madrugada, mientras las cloacas naturales se preparan para recibir los dientes del estiércol; vislumbra frente a mis versos el vaivén del averno, las gaviotas juegan a liberarse y mis cuerdas se rompen por el ajetreo de mis dedos iracundos. ─Solo, en la taberna del pupilaje silencioso, sosteniendo el acorde menor con la garganta afónica, oyendo la crítica de los muertos a mis espaldas. Sin embargo, en los hospitales: las córneas de los bardos flagelados, los unicornios que galopan en los caminos del tímpano, los murciélagos que pululan en los poros del capulín endrogado, los cisnes que masturban a los difuntos en la morgue; cabe mencionar que el acorde Do carcome mi alma y mi guitarra se torna un monstruo liberado. Estoy sentado en el humo calcinado de la espada, estoy sentado en mi contradicción, también en la digresión de la bala que penetra sin impulso. Hoy, he visto como la obscuridad y la luz, son carcomidas por otras sombras más oscuras, sombras que provienen del satélite que nos observa a cada rato, satélite de vidrio donde el tráfico es el consumismo vestido de ramera. He entregado mis versos a la niebla gris transparente, he entregado mis zapatos al mundillo sin ánimo de lucro, he ido plasmando cada sílaba del bolsillo de mi cerebro. La metamorfosis, se ha hecho con mis impulsos, los árboles me lo agradecen y los transeúntes aplauden a la inspiración que nunca ha existido en el poema.
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