(A veces, uno tiene que imitar a los fantasmas.)
Nadar en el hijillo de los pormenores, es asfixiar las sandalias
y por si fuera poco, vomitar en cada huella de la muerte.
Me he detenido a escuchar el lamento de las estacas,
a escuchar el soborno del vértigo bajo los periódicos;
es temprano, y el tizne comienza a burlarse de los laberintos,
toma de bufón el espectáculo de los glóbulos rojos;
es todo un teatro la muerte en el follaje, una linterna,
un tabanco a plena luz de las sombras, fustiga,
hasta convertirnos en una puerta sin aldaba alguna.
Después de todo, tras tus pechos, los gritos del taburete.
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