Un perico me acechaba desde su morada.
Yo le veía, mientras de sus ojos, raudales de tempestad.
(Ya los niños no me enredan con hilos, ni con piscuchas,
hoy me asustan con sus pistolas, hondillas y demás palabras.)
No está demás, hablar de los árboles al borde del vértigo,
hablar de las ramitas que duermen a la intemperie,
duermen, como si no tuvieran un relámpago por vivir;
a través de tus pupilas: la Luna apolillada de las horas,
las nubes pasan, el viento se paraliza, espejo inmutable.
(En el palo de Jiote, las semillas al borde de la herrumbre.)
Todo está ahí, mas todos hablan de manchas y cruces,
símbolos y colores, navajas y sexo, guitarra desafinada.
Naciste al fin de cuentas, para pasar desapercibido,
perder tus alas y morir en el hombro de un árbol con canas.
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