Subí a un esqueleto metálico,
ahí me tocó traducir el idioma de la herrumbre;
¿es así como se transporta un tordo? ─me dije─,
¿tordo purpúreo con una vasija en sus alas,
alas de cobre o tal vez de barro?
Al llegar al destino: mis zapatos se enredaron con telarañas,
mis ojos se autoflagelaron al atisbar a tanta grosella,
me otorgaron un conflicto ambidiestro.
Todo se tornó sombrío, las nubes se habían bebido al Sol;
mientras vosotros, reflejabais en la intemperie:
toda mirada desvanecida del cuervo,
cuervo minimalista, que ahora surca su propio encéfalo.
(Después de todo, ¿de qué sirve ver caminar a tanto cadáver,
donde todos hablan, pero ninguno dice nada?)
Por fortuna, hoy colgué mis entrañas en un árbol,
para conversar con la arborescencia de sus estertores.
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