Ayer, te vi envuelto con sábanas de esfinge,
tumbado, a la par del portón de un oratorio;
adentro se celebraba, no sé qué se celebraba,
sin embargo, se escuchaban liras sin saliva,
acordeones malogrados, palmas al borde del aullido;
(yo, desierto, con la cara de retrete
y la intemperie atada en el cinturón de mis moscardones.)
Este instante, ese instante de polillas, se graba en la memoria,
memoria decrépita tras los papeles; remolino de lágrimas frías.
Hoy descubrí que no hay jardines en los andenes,
sino tarántulas indiferentes en el hospicio de su arcoíris;
frente a mí, pañuelos hipócritas, ─¡Dios te bendiga hermano,
que las moscas te acompañen y la podredumbre te alimente!
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