Su cabello se torna enredaderas en mi automatismo.
Su corazón, el cáncer de un tambor, campana sin eco.
Sus ojos verdes, ríos desparramados, llenos de tiliches viejos,
estatuas sin habla, palmeras con brotes de dengue.
La Luna en silencio también llora, frente a un Sol
que inconscientemente calcina lo delicado en ella;
¡ah triste Gea! Regurgitas cada güishte de libélula,
cada linterna de ceniza que ulula al ras del esperma,
cada roca por donde los esqueletos ruedan;
ahí, las mariposas caminan en laberintos de murciélagos.
(El silencio ensordece la voz de mis flores.)
Mientras los colibríes caen al río,
-lentamente-
también muero de sequía bajo el páramo de tu llovizna.
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