¿Cuántas libélulas morderán el navío de nuestra existencia?
Mientras camino, mis zapatos beben de la herrumbre,
mi respiro se vuelve una estocada en mi garganta;
cada segundo, es un destrudo sin frenos, una mancha,
una botija sufriendo vértigos por el etanol de la injusticia;
ya mis ojos se desvanecen como el reflejo del Sol en el rocío,
mis pulmones adolecen el tizne que se arrastra en el entorno;
y mis manos, aturdidas de ver tanta sangre, agonizan al ras del esperma.
(Traigo pegada al cuerpo toda hojarasca y mil legiones de estertores.)
Tras de ti, los diablitos bailan en los burdeles de la bruma,
se emborrachan con el bagazo y la saliva del arcoíris,
ocultan el suplicio tras el lavatorio de sus postrimerías:
luego, como si nada la esfinge llega, hace una pregunta
y la gárgola le responde con voz mustia: ¿esto es la muerte sin violencia?
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