A veces las palabras son ganzúas nórdicas
y abren con gran fuerza la puerta hacia el insomnio.
Pienso en los burdeles donde abusa del
aguardiente el discurso;
a pesar de todo, os digo que soy cómplice del
alambique,
de aquel reloj, del cuentagotas recién robado
a la neblina.
(¿Cuántas veces no hemos abierto la herida de
los violines?)
Pero nunca nos hemos detenido a atisbar al
payaso que está dentro de sus entrañas.
Podemos partir en dos cualquier constelación
puesta frente a nosotros,
así es como entre grillos y tarántulas nos
movemos sin espejo alguno.
Seguimos siendo del mismo polvo de antaño, mas no del ebrio sarcófago moderno.
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