Para que yo pudiera tocar la piel insensible
del crepúsculo
y construir pasajes de lejanía en el vientre
de las luciérnagas.
Para que en mi cuerpo hallara la llave de la
puerta hacia lo hermético
y los muertos dibujaran sus gritos en la
aldaba de mis travesías;
al sur de las vértebras de los gusanos floreció
el musgo,
cubierto con una capa gruesa de escarcha y una
mancha enorme de sangre.
A veces el vértigo habla en el lenguaje de las
ventanas,
rechina tal veleta oxidada por el paso alado
de los crisantemos.
Hay árboles por donde baja exhausto el bejuco
del campanario.
Desde aquí puedo observar cómo se toman de las
manos los oráculos,
mientras bajo sus pies se toman de las manos
los resuellos parapléjicos.
¿Cuántas palabras descansan en el féretro
bucal de la vía láctea?
─Luego apretarás tanto el vaivén de la
fatiga, hasta entregar tu espíritu y tu cuerpo
a las piedras que urgentemente vociferan tu retorno a la Nada.
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