Camina errante la hoja en blanco de la
lejanía.
Fulguran las linternas en los altos cielos del
hospicio.
Tienen más sentido ─para mí─ las risas oscuras
del musgo,
caricias perennes de las raíces subterráneas
del espectro.
Todo lo obtengo del desorden obsesivo de las
tarántulas,
de esos desvanes transfigurados en las
entrañas de los relojes.
Nadie es tan valiente de cambiarle la presa a
una viuda negra;
sangran las paredes, las hiedras escapan por
la abertura de la herida,
aunque al otro lado esté esperando el mismísimo huacal de la morgue.
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