Siempre los pasos se vuelven astillas,
hojarascas con palabras en el limbo.
Es tan claroscuro el pálpito errante del
absurdo. He visto ataúdes en las cucharas.
Pequeños espectros viajan en el navío
inhóspito de las córneas, río en desuso.
¡Ah como quisiera ser el musgo que sale por tu
garganta! A veces destruyo mi aliento.
Frente al espejo me siento como otro
antropofágico esperando una parte de tu rostro.
─Y suenan los timbales, el alquimista baila
alrededor de su propio velorio.
De nuevo hay hiedras en el tórax de las
paredes; todos han perdido la voz,
salvo las tarántulas y sus megáfonos. No puedo
negar la herida con que aúllas.
No puedo olvidar que existes en mis teñidas
sienes, en mis recónditos arcanos;
aunque al chocar con las olas septentrionales
del olvido, te despedaces al charco
y luego recoja tus franjas ya ebrias por el fúnebre amarillo escarlata del presente.
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