Como las astillas que arrastra a cuestas el
sepulturero,
las auroras con su piel desgastada por la
ceniza del alambique.
Hay muchas diademas con el estertor caminando
sobre sus poros,
lo sabe el tiempo y sus despiadados verdugos
del viento.
Usted, camina ebria y encorvada ante el
pálpito holgazán del tiempo.
A diario respiramos el humo puro, pira de
los andenes desnudos.
Siempre marcamos o desdibujamos el moscardón
de la hoja en blanco,
devolvemos el vomito al arcoíris mediocre de
los semáforos,
mientras convencemos al crepúsculo que es niebla la que lo desgarra.
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