Cercana la lengua teñida de los alambiques giratorios del hollín.
Cada estertor se vuelve un otoño crepitante en
el mausoleo de la vida.
A menudo la noche nos convierte en hombres
posesos, nubes sin brújula,
la tormenta arrecia con cada pálpito asonante
de los ataúdes.
¿Qué dirán las hormigas de nosotros? ¿Acaso la
sed nos absuelve del crepúsculo?
El tiempo no es más que una cartografía
repleta de harapos y náuseas.
─Quizá no encontremos la voz del pantano o el
eco rebelde del epitafio.
Lo demás ya lo sabe. Usted que anuncia la
muerte de nuestra ira.
Usted que besa la bruma y traduce las páginas atoradas bajo la mesa.
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