Mientras relojes hacen tic tac sobre los árboles:
la navaja del espasmo hace círculos en la piel del follaje,
el musgo hace collares de las lágrimas amarillas de la
intemperie.
En el desván, se horadan mutuamente las telarañas de la
deshora;
yo miro vilmente en el espejo a mi rostro, retrato de un
pedregal sin piedras.
El viento no hace más que bajar a recoger los pedazos de
aliento al pantano.
(¿A qué nos ata tanta
reproducción de borrascas sin gerundios?)
Navego sin más sobre el reguero de palabras esparcidas a
propósito,
digamos que hurgo ─también a propósito─ entre los glúteos amarillos del velamen.
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