No puedo discutir de la muerte.
Aflora entre mis manos cierta pesadumbre de unicornio.
Abajo, los metales son pájaros con el corazón abierto a la zarza.
Cada quien se punza el alma, aunque indecible, la bruma une nuestras arterias,
la brizna golpea el mástil del llanto y la sincera agonía se bebe de un sorbo.
(Cien mil espejos se quiebran cuando una lágrima azota la garganta.)
No busco comprensión entre las aldabas, no busco sentido entre los dinteles,
busco ese antiguo fango pegado al corazón de la borrasca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario