En las enredaderas del ocaso, la voz de la luz titila,
cual pájaro amodorrado por las oscuras heridas del frío.
Alguien abre un agujero en el traspatio de su casa,
ahí deposita la saliva inhóspita de las gárgolas;
la impalpable luna ha sido desde siempre un alambique,
en los periódicos aúlla el reloj de la desmemoria
y nosotros tras las paredes ensimismadas de la excitación.
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