Voy a empezar a hablar de lo indecible.
Voy a inclinar mi rostro y a nombrar el arcano en silencio.
Mencionaré vuestro nombre sin decirlo a la intemperie.
Escribiré el estertor en piedra antigua y haré volar el
sufrimiento.
Sin embargo, no muy lejos de aquí, la esfinge no acepta mis
escombros,
el reloj detiene su pálpito y pulula como mariposa sobre mis
arrugas.
Ya no percibo el reflejo, el laberinto de plumas ha
carcomido los espejos.
Entro. Salgo por la ventana hacia lo inhóspito de la espada.
No entiendo la carne descosida de los andenes, la vendimia del
vértigo,
el mar tiene roto el pecho: ¿Habrá poesía que repare todo esto?
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