Paulatinamente a paso lento, siempre adelante de la Luna, consiguiendo alcanzar la más rápida presa, siguiendo el olor a poros dilatados, dejando sombras como la tortuga. Se estremece la tierra con sus pasos, los gusanos se esconden debajo de la raíz del árbol, los pájaros vuelan lo más alto que pueden, los cisnes navegan en las páginas del lago, los leones tratan de alejar a la hiena, los pumas se esconden en la noche. Aferrada al grillete de su lenta velocidad, pero consigue apagar motores con su tenaz sigilo, el antílope grita ¡ya no sigas, mis entrañas están cansadas!, pero no se detiene, ya que la perseverancia existe en cada vena de acero, en cada neurona de su cerebro, en cada pata que la mantiene en pie, en cada colmillo desgarrador. Oímos la risa de batalla en la falda de la montaña, sentíamos escalofrío, pero fingimos que fue la niebla, fingimos que nuestro calcañar estaba a salvo; pero no fue así, ya que en las oscuras calles del suburbio, había algo que estaba destruyendo esa tenacidad, esa metáfora, esa alegoría: Ese algo es el sonambulismo de la industria, que destroza poco a poco nuestras felices criaturas silvestres, estamos a hilo podrido de vivir solos...
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