Me detuve a pensar en el ave que entrega su piel al remordimiento, entrega sus plumas a la almohada que no conoce, pero que la consuela, surge la diáspora entre sus senos, se separa del tiempo, se masturba en silencio, respira el aire que no la consuela, plañe por la oveja que no le da cobijo con sus pelos. Frente al celo devora la fruta de macadamia que cubre su piel a menudo, entrega el líquido que el otro frasco desperdicia en el piso. Dibujando está ahora con el dedal que no hiere, saca su brocha y le da color a su vida, pues el color negro la está destruyendo a traición, desgarra con sus uñas al lobo que aúlla por ella, huele con certeza la axila que la cobija detrás de la roca, roca que no se mueve a la vista, vista que se desvaneció porque no sabe lo que es el verdadero significado del amor eterno, sólo sabe lo que es ignorar el tiempo, si lograra entender el tiempo, si lograra apreciar lo que tiene, si lograra quitarse la venda, si lograra entender el vuelo que levanta un ave al salirse de la jaula. El tiempo hace pensar más a las personas que cuentan los minutos y también se llenan de experiencia al apreciar también los segundos de la aguja; si todo fuera color de rosa, las estrellas se pudieran tocar, pero no es así: Hay que llevar el reloj a la torre para oír su tick tock, para aprovechar cada segundo que pasa dentro del orbe, fijando un nuevo desarme en nuestro diario, dejando que el ave vuele sobre nosotros los hombres, para poder acariciar sus alas y desplumarla si es necesario, luego colocar sus plumas lentamente observando y oyendo el jadeo que en ella produce; aprovechemos el tiempo ─amor─, el poco tiempo que nos queda en está sábana adecuada...
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