Miguelín, Miguelón,
duendecillo de alcanfor,
musita de sol en sol
los mensajes del ventarrón.
Él nunca corta flores,
ni pisa ninguna hoja;
pues sabe que cada flor es una diosa
y sus lágrimas son las hojas.
Cada día, cada mañana,
se viste de verde cartero
y entrega lo que les corresponde
a los viejos árboles por derecho.
¡Ah, que Miguelín tan eficiente!
Llega a tiempo, llega sin aliento,
pero les hace compañía a los insectos,
mientras recoge lágrimas en un cesto.
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