Ciertamente, lo que se sabe es
solo que la niebla es una mujer desnuda; no se ve ni se siente, enjuga el silencio con sus olores
a jazmín y retuerce los estertores de los transeúntes.
Pero esto no termina aquí, sus
cabellos inherentes rodean el pétalo amarrado a la sonrisa ecuánime de un esqueleto sin
huesos; ella lo acaricia, le besa las entrañas, encuentra un amanecer dentro de sus costillas.
Más allá de sus poros, una sirena
vive como hiedra investigando la sonrisa fingida del astro pálido y sombrío. Mas este instante no es verosímil para todos. Habrá que digerirlo lentamente.
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