Saquemos de lo más profundo del océano
a aquella mujer innombrable, de cabellos azabaches,
de senos marca erupción; saquémosla, quitémosle el polvo,
echémosla a andar sobre este mundo de medusas y víboras.
A ver qué sucede ─dice el desierto─
cuando ella se nombre a sí misma la innombrable,
la de los vestidos largos y escote de cúspide.
(Nadie sabe lo que oculta
bajo su vestido, salvo los guijarros.)
Véanla bailar, pasearse frente a los ojos del hombre,
agradando a Dios con su autorrespeto, agradándose a sí misma.
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