La taza de café iridiscente irradia en sus colores el
féretro.
El teléfono tañe en los azufres de la deshora.
El espejo rompe en llanto al recibir la lluvia escandalosa
del pergamino.
Dime cariño, ¿en cuántos manicomios sembraste un cabello en
flor,
una orquídea o un candelabro para redirigir el insomnio fatal de las telarañas?
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