Los escombros son tan respirables
como lo son las flores enmohecidas bajo la lámpara. La piedra lame las horas
desafortunadas de los pájaros; día perfecto, podrido cual estómago indigestado por tanto féretro
licuado en el aire. La bruma come silencios, bebe vacíos, mientras las nubes bajan a
recoger un pedazo de frío para su colección de heridas. San Salvador, inverosímil como un
hongo cabeza abajo y un mar de arena colgado de su garganta. El horizonte es una telaraña de
espantapájaros unidos al grito oscuro de los espectros. ─Desciende. Desciende al cubículo
de los cisnes, desenvaina tu espada: perfora los insectos, saborea cada pata encantada, besa
los labios tumefactos del oráculo y siente cómo brota el mundo de brea, ese mundo, donde Alejandra gorjeó como carabela encariñada del silencio.
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