A los niños les gusta lanzar rocas,
brincar de un mundo a otro;
les gusta hablar con los astros,
en especial con la luna
y las estrellas saltarinas.
Los niños tienen un desorden,
un desorden bien ordenado;
saben cómo ordenar las palabras
y dibujarlas en sueños de goma;
ellos son pequeñas montañas,
donde habita con alegría el poema.
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