Cada vez que me adentro en los laberintos de los zapatos
la espada dice ser mi candelabro, escucho ecos, olas
y me limito a dejar de caminar entre zarzas y arrecifes.
A veces:
el guijarro se vuelve espinas para la ingle
los ataúdes se vuelven aposentos para mi aliento
las piedras se vuelven letargo para mis vértigos
y los adjetivos, una copa para mis ventarrones.
Siempre he cerrado la puerta con las cintas de mi horca
y he colaborado con la muerte para morir entre la saliva;
sin duda, la coherencia se limita a columpiarse de mis axilas
y el estante no se retracta de los vestigios de las runas.
Sé que a cada momento el piso de los coágulos
niega cada gota y cada cuerpo de estampilla,
-pero yo no-
mañana voy a morir y hoy quiero lavar mis pupilas
con el salitre de los colores nauseabundos del orbe.
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