Cuando trato de alcanzar la poesía: se aleja de mí la sombra, la espina se clava al zapato, la niebla cubre mis pestañas junto a los vellos del candelabro; y, tiritan al son del lied musical de las amapolas, los poros deshabitados del karma. Al otro lado oscuro de mi cerebelo, escucho musitar a la Luna y levito junto a sus rayos esotéricos. Hay veces en que los cráteres de la demencia, tienden a llenarse de escarcha y resquebrajarse, sigilo de disonancias y pétalos en añicos. En cada fragancia que sirve de guía, el estertor de los algoritmos que a diario se reúnen en la mesa redonda de mis ojeras; no sé, si me vuelvo insensato cuando sigo al fuego fatuo; solamente sé, que al llegar al sitio remoto del páramo: las personas son las mismas personas y el cielo es la misma bóveda herida. Encima de la zarza: los talones sin sangre, el taburete de los caídos, la conciencia del barro, el corazón de las espadas, la catarsis inmensa de la dermis. Sin embargo, el filo amargo de la inconsciencia, va amarrada al mástil de la crítica de las ergástulas; a veces lloro, a veces sollozo, a veces nada; estoy como una alondra que busca el nido del día a día, estoy como el ave fénix que busca sus cenizas después de renacer, estoy como una ruina que busca en sus rescoldos, a la estructura de la brisa que se perdió en el trasiego del péndulo. Hoy en este tiempo de osamentas y aceras oscuras: el tizne de las huellas, evidencias del tiempo; las brumas en los tabancos, frutos de oro; el pubis en la mesa, cena de fin de año; bronces que lloran féretros, eco que llama hipócritas. En estos instantes, ya no hay tumba para mi fuego, ni selva que lo resista.
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