A Frida Khalo
Sobre baldosas, los claveles de la voz espinada del sótano.
─Dime a qué sabe la bruma cuando toca el asfalto de tu
memoria.
El insomnio toma su propio color cuando camina en nuestros
párpados.
A raíz de qué comienza la deshora a turnarse para resquebrajar
el aliento.
Siempre a la intemperie: la voz suicida de las rocas sobre
la brizna,
el eco que tañe como violín
al ras del vértigo, los canarios grises del crepúsculo,
el espantapájaros a quemarropa del vacío, la brújula herida
de la vida.
Siempre atestiguan las grullas cuando el espejo se empaña de
albañales.
Frente a usted, los narcisos de un puente casi imposible de
cruzar,
los relojes desmantelados por el calcañal seco de las
magnolias.
¡Ah que teñidas las palabras surgidas de la breña de tu
sexo!
Acaso como el hospicio que guarda los rayos de luz disipados.
Acaso como el ombligo oblicuo del claustro de la hojarasca.
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