Veintisiete años, me dijo.
Y junto a tanta esdrújula sin espejo o sin oxígeno,
la verdad pura del páramo y las falacias aladas del tranvía.
¿En qué hoja se orinan las mariposas, si no existen ni
invisibles?
─Heme aquí, tras este artefacto del insomnio, los pájaros
ebrios se ríen,
ríen de los nombres heridos y de la gangrena que deambula entre
mis violines.
Frente a usted, la lejanía envuelta en un vestido adornado
de crisantemos.
Ya no es necesario traficar opio para volar como las nubes,
basta con transitar entre el cementerio clandestino de los
grises
y recoger los pedazos de tristeza que dejan caer los
azacuanes.
Es ineludible el silencio cuando se peina frente a nosotros,
impalpable el tiempo cuando su eje es una guadaña sin
escrúpulos.
¿Cuándo podremos gritar nuestro nombre,
sin que los cuervos despedacen la última sílaba?
Al conversar, la niebla se funde en nuestro aliento. Aquí
abajo,
la sangre es más pura que el rocío. Han crecido las raíces del sauce.
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