Uno aprende a contar las lágrimas heridas del alambique.
Sé lo que se siente perderse en un bosque donde todo es
gangrena.
¿Hasta dónde nos conduce el odre de la memoria, los cuervos
de la deshora?
Navíos resquebrajan su voz al pasar frente a tus huesos
marchitos.
Dime, dulce ceniza, de cuántas puertas está hecho el umbral,
cuántas leguas o millas recorriste para cruzar el reguero
del frío.
Se ha detenido el pálpito del amate, su rocío obedece a la
sal,
hasta tus perros han dejado de ladrarle al tiempo; hay un
vacío,
a la nada se le ocurrió posarse en tu pecho. Niego que ya no
existes,
niego que existen relojes y árboles de guarumo donde anida
la muerte.
¿Existes? Sí, aunque el cielo diga lo contrario y tu sangre te llore hipócritamente.
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